יום שני, 8 ביוני 2015

Shlaj lejá, aliah de martes, tifEret en la semana

Shlaj lejá, aliah de martes, tifEret en la semana. Bamidbar-Num. 14,20: "Y no obstante, Vivo Yo, y llenará el Honor de Hashém toda la tierra".
Ocurrió. Los espías se vieron desbordados por la experiencia, sus recipientes se rompieron, el pueblo de Israel se encandiló, el miedo borboteó. Vientos de refutación conquistan al pueblo, que en el colmo del desatino, ¡pide volver a Mitsráim!. La razón declina ante el espanto. Y se encenderá la ira de Hashém, y se inclinará a exterminarles. Moshéh ofrece a E-lokím su alma a cambio, su alma que contiene a todos a cambio de las almas de todos; y ora por perdón y amnistía. Entonces, el rey de reyes de los reyes conmuta la pena: el exterminio no regirá sobre la continuidad del pueblo, sino sólo sobre la generación que lo merece, la generación de los esclavos libertos de Mitsráim, que morirán en el desierto a lo largo de cuarenta años; y sólo su descendencia, la generación nueva que no conoció (que no se contaminó de) Mitsráim, alcanzará y conquistará la tierra de Israel. "Y no obstante, Vivo Yo, y llenará el Honor de Hashém toda la tierra" -nuestro verso entero, con valor 1054-; formulado a modo de juramento. Pues en situación de conciencia recta, [Tehilim 18,18] "me salvará de mis enemigos el poderoso, y de quienes me odian, pues se han hecho más fuertes que yo", y no ha lugar al miedo en absoluto pues incluso el enemigo que huye de nosotros no sabrá (Bereshit-Gen. 21,26) "quién hace la palabra-cosa ésta" ("mí 'asáh Et hadavár hazéh"), [Devarim-Deut. 32,31] "pues no como nuestra roca (punto inamovible, arquetipo, certeza absoluta, defensa perpetua) es su roca, y nuestros enemigos nos criminalizan" (ver Sífri, que de modo contrario a la justicia que debería rechazarles, ellos testimonian contra nosotros). (Bereshit-Gen. 24,31) "Y yo vacié la morada" ("vaAnojí piníti habáit") de toda contaminación idolátrica, (Zac. 4,9) "pues Hashém de los ejércitos me envió a vosotros" ("ki Hashém tsebaO-t shlajáni Eleijém"); y de acuerdo a la medida de la fe leal que alienta en mí, así habrá de recibirse mi ruego en lo Alto: (Tehilim 143,11) "en aras de tu nombre, Hashém, vivifícame" ("lemá'an shimjá Hashém tejaiéni"), y daré testimonio de que [Tehilim 146,10] "reinará Hashém a perpetuidad: tu E-lokím, Tsión; para generación y generación. Alabad a Hashém".
Porque la razón se congela, se cierra herméticamente, ante la locura de la refutación. No hay negociación posible con el necio que se niega a distinguir entre bien y mal. "Y no obstante, Vivo Yo, y llenará el Honor de Hashém toda la tierra", ruge E-lokím alargando los caminos de su furia para abrir otra oportunidad más, extrema, a la teshuváh que rectifica y enmienda. Una frase asombrosa, potente, que refleja a la supervisión, la providencia divina, sobre todo lo que hay. En la potencia de esta sentencia, podía investirse un juramento para bien o para mejor: un ascenso repentino e instantáneo de todo el pueblo, que desaparecen del desierto y se constituyen alrededor de Ierijó-Jericó u a los pies del monte Moriáh (el monte del templo),... o una sentencia de cuarenta años para el deceso progresivo de una generación entera en el desierto, hasta la oportunidad propicia a la redención de una generación nueva que venga a rectificar, a cerrar los boquetes por los que se cuela el mal. Una sentencia armónica en su esplendor, que servirá hacia donde nuestras acciones le abran las barreras del tiempo.
Has recibido el perdón, dice Hashém, en términos de que se anula la sentencia de exterminio. Y no obstante, ¡vivo yo!: el perdón que recibes no alcanza para subvertir los órdenes del mundo. Pues vivo yo; ésto es: en el tiempo, en todo tiempo, pues Yo soy el lugar del tiempo. Y llenará el Honor de Hashém a toda la tierra, a todo el lugar; inundará a la Maljút-reinado hasta que la purificará de toda la contaminación de impureza que la maculó. Sólo entonces, por el mero hecho de que contra vuestra voluntad veréis y reconoceréis la verdad, volverán el albedrío y la libertad a vuestro dominio. "El Honor de Hashém" ("kevód Hashém" = 58) es la "gracia" ("jén") como sabemos, que inundará "a toda la tierra" ("Et kól haArets" = 747) en "la voz de la tórtola" ("kól hatór") que se oye en nuestra tierra cuando nace la redención (ver Tikunéi Zohar, inicio del 33). La gracia no es visible hacia dentro; se la halla en los ojos del otro que te ve. El honor de Hashém inundará a toda la tierra, se revelará en sincronía con la voz de la tórtola que se hará oir en la Maljut-reinado enmendada, cuyos ojos se abrieron para ver y reflejar la belleza espléndida y el brillo de su égida sobre todo lo creado.
El juramento de Hashém rige -ésto es: pende- a perpetuidad; de hecho, la Toráh toda en todo su detalle se sustancia en nosotros (en el infinito, en el mundo superior, en el mundo de la medida y la cualidad, en cada partícula infinitesimal que nos conforma) en cada una de las 1080 partes de cada hora. Y a cada instante, está en nuestras manos la oportunidad de dar fin al suspenso, de abrir frente al juramento conductos dignos para grandes manifestaciones de Jésed-amor-piedad, redimirnos y provocar redención al mundo en como un pestañeo. Y he aquí que vivo yo, siempre, y no hay lugar que oculte o resguarde de ante Hashém, y no hay lugar físico u de conciencia al que la bendición de Hashém no llegue.

@דניאל גינרמן

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